Nombrar sin borrar: decir “bruja” sin perder los nombres
- Lola Cerredelo
- 18 oct
- 3 Min. de lectura

Hay palabras que abrigan, pero no reemplazan la piel. “Bruja” es una de ellas. La uso como puente —porque nombra a quien media entre mundos y recompone lo invisible—, pero no olvido que nació en Europa y carga historias de miedo, hogueras y también de reapropiación. Por eso, antes del mapa, el cuidado: bruja será aquí un paraguas poético, nunca una etiqueta que borre los nombres propios de cada pueblo.

Un arquetipo, muchos rostros
Si miro con la lámpara de Jung, aparece un arquetipo que mezcla Sombra y Sabiduría: lo temido y lo necesario. La figura que cuida, adivina, limpia, recuerda y pone palabras donde la vida se desordena. Esa función viaja de cultura en cultura y cambia de forma sin perder el pulso.
En los Andes, una yatiri lee coca y enciende una k’oa para Pachamama; en Mesoamérica, un ajq’ij abre el calendario como quien abre una semilla. En Irlanda, la bean feasa levanta un mal con la misma delicadeza con que se tiende un pan; en los fiordos, una völva entra en seiðr y despeja la bruma. Galicia susurra: “no creo en las meigas, pero haberlas, haylas”, y una meiga ata los miedos a un ramo bendito.
África enseña otros nombres del poder: en la tradición yorùbá, la àjẹ́ (potencia femenina) y el oráculo de Ifá conversan con el destino; en el sur, una sangoma llama a los ancestros y un inyanga encuentra en las hojas un remedio para cuerpo y memoria. En el Mediterráneo islámico, la cura toma forma de ruqyah (recitación) y baraka (bendición), conviviendo con la condena del siḥr (hechicería prohibida). A veces, la música gnawa sacude el polvo del alma como viento de desierto.
En Oceanía, un ngangkari devuelve el aliento extraviado; en Aotearoa, un tohunga sostiene el hilo entre mana (potencia) y tapu (sagrado). En Corea, la mudang danza hasta que los espíritus se sientan escuchados; en Japón, una miko abre el santuario con pasos pequeños y un onmyōji calcula la armonía de los astros. En Filipinas, la babaylan recuerda que el liderazgo ritual también puede habitar cuerpos de mujer o de tercer género.
Ética de la comparación
Nombrar sin borrar es sencillo y hondo.
Primero, decir los nombres locales en voz alta —yatiri, ajq’ij, bean feasa, völva, meiga, àjẹ́, sangoma, ngangkari, tohunga, babaylan, wū, mudang, miko— para que cada canto conserve su timbre.
Segundo, situar cada práctica en su casa: calendarios, tabúes, religiones vivas, territorios con memoria. Lo que cura en un lugar puede no tener permiso en otro.
Tercero, practicar reciprocidad: no arrancar ritos como flores; pedir permiso, agradecer, reconocer autorías. La sabiduría no es objeto: es pacto.

Salud como relación
En casi todas partes, la herramienta que cura también podría dañar si se rompe el acuerdo. Por eso muchas tradiciones distinguen entre cuidado y daño: en los Andes, hampeq y layqa; en África austral, sanación ancestral y acusaciones de brujería antisocial; en lo islámico, ruqyah lícita frente a siḥr prohibido. No es tecnicismo: es brújula ética. Salud no es sólo “me duele acá”: es persona–clan–ancestros–tierra–tiempo respirando juntos.
Glosario mínimo (en expansión)
Aymara: yatiri (adivinación/curas).
• Quechua/Inca: paq’o, hampeq (sanación), layqa (daño).
• Maya: ajq’ij (guardián del día).
• Céltico: druida, cailleach.
• Nórdico: völva / seiðr.
• Eslavo/Ruso: ved’ma (la que sabe), znakharka (curandera), Baba Yaga (mítica).
• Galicia: meiga.
• Yorùbá: àjẹ́, Ifá (babaláwo/ìyánífá).
• África austral: sangoma/inyanga.
• Magreb/islámico: ruqyah, siḥr, baraka, gnawa.
• Australia: ngangkari.
• Māori: tohunga, mana/tapu.
• Filipinas: babaylan.
• China/Corea/Japón: wū, mudang, miko/onmyōji.
Este glosario crecerá con cada entrega para que el viaje sea claro sin aplanar diferencias.
Hacia dónde vamos
Este es el umbral. En las próximas entregas caminaremos Abya Yala (Andes y Mesoamérica), los bosques de Europa (céltico, nórdico y eslavo, con Galicia), el norte de África y el Mediterráneo islámico, y luego Oceanía y Asia. En cada parada, habrá fuentes para anclar y silencio para que el misterio enseñe.
Porque el alma no quiere perfección: quiere verdad. Y verdad, en este camino, es nombrar con belleza y con respeto.
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